Lo ves todo de un color extraño, y
lo primero que intentas es recordar algo que te haya hecho feliz en los últimos
días. Esa es su escena, él entra en escena. Sin saber que ya formaba parte del
entramado que conforma mi vida, aquella noche fría de febrero y entre bambalinas
desde la pantalla gigante que nos separaba, yo observaba cada gesto y escuchaba
cada palabra.
Yo podía verle y escucharle,
podía comprender lo que decía, expresaba perfectamente y transmitía sin
dificultad. Y a mí… a mí, como de costumbre me tocaba expresarme con papel y
lápiz, aquí en este lugar, entre letras y compases, entre cuerdas de una
guitarra que pide a gritos salir más de su funda y entre susurros de canciones
que aun no han visto la luz…
Esta es mi historia, la historia
del color diferente, de las aventuras sin explicación, de los cantautores del
exilio y las canciones anónimas. Pero he de confesaros algo, algún día me
gustaría poder dejar de lado esta historia, esta incertidumbre que día a día
trata de esconderse entre mis pensamientos, que conforma todos y cada uno de
mis sueños. La frustración del momento, la de no poder ser yo misma con quien
me gustaría… El miedo al miedo, la sonrisa en el mar de lágrimas, y los llantos
entre la cálida brisa del mes de mayo.
No sé si he sido capaz de
expresaros lo que él aquél día, o mejor dicho, aquélla noche fue capaz de
transmitirme en tan poco tiempo. Su felicidad no tenía límites, su alegría
traspasaba fronteras, y hoy, si me lee –que lo dudo- todo esto pasaría
desapercibido ante sus ojos porque jamás pensaría que yo, quien en lugar de haber estudiado Ciencias Políticas debería haber estudiado
Ciencias del Deporte (según dicen algunos), sea capaz de haber visto en él
tanto en tan pocas palabras directas.
Su sonrisa permanente me
engancha, su energía positiva se contagia, es una de esas personas que con poco te
hace feliz, merece la pena.
1 comentario:
Que alguien te deje tanta huella, merece la pena que exista.
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