Supongo que
los días son como las personas, no siempre podemos estar igual de bien. Y es en
los días malos, cuando las personas son más de verdad que nunca. Lo son porque
la vulnerabilidad nos hace olvidar aquello que nos hace fuertes para
convertirnos en seres un poco más débiles. Y no, no debemos tener miedo a ser
vulnerables con nosotros mismos, porque conocerse es imprescindible para
mejorar, y por qué no decirlo, para aspirar siempre a más.
¿Qué sería de
nosotros teniendo siempre días buenos? A veces no es fácil tomar decisiones
cuando estamos en ese punto de inflexión que nos hace sentirnos tan así, tan
nosotros, pero a la vez tan desconocidos. Porque cuando sentimos que nos
fallamos, el dolor es inmenso.
La auto
exigencia nos aploma, y puede llegar a destruirnos si no logramos controlarla
bien.
Y no, no hablo de controlar nuestros impulsos, nuestras sensaciones o
nuestras ganas, hablo de controlar nuestra capacidad para exigirnos por encima
de nuestras posibilidades.
En ocasiones
el cuerpo habla y dice “stop”, y además, comienza haciéndolo de manera muy
sutil para terminar por advertirnos lo que puede llegar si no actuamos. ¿Por
qué nos empeñamos entonces en forzarnos hacia aquello que no podemos alcanzar? Y matizo, ¿por qué nos empeñamos en forzarnos
hacia aquello que quizás no podamos alcanzar hoy, pero sí mañana? Trato de
explicaros con esto que no todos los días se tiene el mismo ánimo, ni las
mismas ganas, tampoco la misma predisposición para conseguir lo que queremos. Pero esto no significa que no podamos,
significa que necesitamos tiempo. Tiempo para interiorizar, para comprender
y para materializar lo que queremos. Porque nosotros también necesitamos tiempo
para estar con nosotros mismos, lejos de la exigencia y la auto exigencia,
lejos de la necesidad y las decisiones.
A veces, una
buena decisión es menos buena si se toma sin ser meditada. No debemos culparnos
por no tener los mejores días, también los necesitamos para comprender cuál es
el punto de partida y cómo llegar al resultado que anhelamos. Y es en esos
días, cuando aparecen las mejores personas, las que quizás no esperas, pero
llegan. Las que pisan fuerte y no se ponen de perfil, las que te inspiran, las
que te hacen ver que siempre puede llegar alguien mejor capaz de pintar una
sonrisa inesperada.
Supongo, que
ese tipo de personas son lo más similar que existe a esa clase de libros que te
enganchan y no quieres dejar de leer. Y permitidme además añadir, que, ese tipo
de personas suelen aparecer precisamente en los días menos buenos para
convertirlos en algo menos malos.
Estoy segura
entonces, de que esa clase de días con esa clase de personas son la combinación
perfecta para conseguir algo:
“Un
día de repente y por casualidad, llega alguien a tu vida y la reinicia”.