viernes, 4 de marzo de 2016

Excusas con fecha de caducidad.

A veces la vida nos devuelve lo mismo que en alguna ocasión nosotros le hemos entregado a otros. Qué digo a veces, en realidad siempre ocurre así. El karma tiene estas cosas, y pensamos "¡jodido karma, ha vuelto a ganarme la partida!". Aunque a decir verdad, en ocasiones pensamos que podemos engañarle, que por una vez no pasa nada, si no se va enterar, si total... que más da, sólo ha sido un beso, o una caricia, o un simple hola vía whatsapp... ¡Maldito whatsapp, malditas redes sociales! (eso nos da por pensar cuando nos damos cuenta de que lo que nosotros podemos hacer, es lo que la otra persona podría estarnos haciendo a nosotros mismos.)

Pero a decir verdad... hay una cosa que debemos tener clara:



Este tipo de cosas suceden cuando alguien nos tienta, nos provoca, y no es que únicamente lo intente, sino que lo consigue. Y cuando eso ocurre, ni pensamos, ni valoramos, ni equilibramos, solamente actuamos.



Los lamentos llegan después. Porque seamos sinceros, llegan. Siempre llegan. Y en ese momento, tenemos dos opciones: una, seguir haciendo lo que queremos, con los ojos cerrados, sin mirar, sin querer saber, sin investigar; o dos, plantarnos y decir "basta". Lo primero sucede cuando tenemos un colchón sobre el que tumbarnos, y lo segundo, cuando la situación acaba por irse de las manos de cualquiera y todo comienza a complicarse. Dependerá del momento, del contexto, de cada persona y de que cada situación el que acaben sucediendo una u otra de estas variables. Ni que decir tiene que el final es impensable, porque hay finales que nunca se pueden escribir por adelantado.

Y es ahí, cuando necesitaremos irnos al rincón de pensar. Sí, a pensar, solitos y sin influencias. Es ahí cuándo valoraremos dónde estamos, qué estamos haciendo, qué queremos, y si lo que estamos haciendo nos lleva a lo qué queremos ser.



Correcto, momentos después, pensamos: "la he cagado". Pero sí, acaba por ser tarde, porque no debemos arrepentirnos de aquello que hicimos ya que cuando lo llevamos a cabo era porque realmente era lo que queríamos. Y aquí entran en escena los reproches de nuestros amigos, los que nos quieren, los que tiran de nuestro brazo hasta rompernos una camisa cuando ven que vamos a liarla del todo. Pero ya no hay marcha atrás, nosotros estamos decididos a hacer lo que nos apetece, sin pensar, porque seamos sinceros: ¡no pensamos!. Y pasadas las semanas, alguien nos dice: "haz lo que quieras, pero mañana lloras". Y sí, acaba acertando, como siempre. Ese pepito grillo que todos tenemos cerca, que en vuestro caso podrá llamarse Marta, Cristina, Isabel, Rocío, Lucía... o como sea, y que en el mío se llama Ana.



Y cuando aparece la primera excusa, y después la segunda, y después la tercera... Es cuando acabamos por estar hasta las narices, y decimos: hasta aquí. Porque hay que excusas que sólo se dicen una vez. La canción dice que sólo se vive una vez, y eso acabamos por entender. Que las excusas tienen fecha de caducidad, y que el tiempo también lo tiene aunque no lo ponga en ninguna parte. En ese momento, comprendemos que desintoxicarse es aprender a tomar distancia. Desintoxicarse es vivir. Es aprender a ver las cosas con perspectiva y en perspectiva.  Y para eso, necesitamos una sola cosa: tomar mucho aire y sonreír.



Porque vivir es avanzar, tropezarse es aprender, y sólo avanzamos notablemente cuándo entendemos que el fracaso es aprendizaje, y que todos los caminos que llevan al éxito pasan por la tierra del fracaso, porque el fracaso, es simplemente un precio que debemos pagar para llegar al éxito.