miércoles, 22 de mayo de 2013

Una mochila cargada de CV.



Llevo meses imaginando cómo será la aventura de buscar mi primer empleo. O mejor dicho, llevo meses, soñando -literalmente- que conducía por las carreteras extremeñas y con una mochila cargada de currículums vitae donde iba parte de mi vida académica, "profesional" y personal. 

Han pasado cinco años desde que llegase a aquella universidad grande, alejada del centro de Sevilla, y donde tuve la suerte de emprender el camino de mis sueños: la Universidad Pablo de Olavide. En estos cinco años he aprendido a aprender, he consolidado la necesidad de saber trabajar en equipo, he aprovechado cada oportunidad que desde la propia universidad se me brindaba y he conocido multitud de personas en diferentes ámbitos, desde la Representación Estudiantil y mi paso como delegada de la Facultad de Derecho de la UPO, desde las actividades formativas como han sido las numerosas Simulaciones del Congreso, viajes por motivos de responsabilidad universitaria (Santander, Toledo, Logroño), mi paso por FAEST como Vicepresidenta de la misma, mis asistencias a las asambleas del Consejo de la Juventud y a los grupos de trabajo, Politeia y todo lo que aprendí en ella y mi viaje a Inglaterra donde tuve la oportunidad de convivir con personas de diferentes lugares del mundo y de paso, aprender inglés con una familia nativa.

Todo esto y más aparece en mi CV, pero sinceramente, no sé si servirá de algo. A diario veo como mis amigos se cansan de patearse sus ciudades y comunidades entregando CV, y yo pienso: ¿En qué hemos fallado? No entiendo como la generación mejor preparada de la historia pueda llegar a convertirse en lo que algunos denominan generación perdida.

Nuestros padres nos han dado lo mejor, hemos recibido becas del Estado para poder estudiar una carrera (es mi caso al menos), he podido viajar a Inglaterra a estudiar inglés porque obtuve una beca para la inmersión lingüística, y he tratado de compaginar mi vida universitaria con mi vida política y formativa fuera y dentro de la Universidad. Tengo 23 años, no he tenido tiempo para más. Si algo me duele es ver como personas que simplemente tienen un nombre compuesto de varios apellidos pero en ocasiones ninguna formación obtienen un puesto de trabajo no por méritos sino por enchufe; me duele ver como la juventud española tiene que exiliarse para poder emprender; me duele ver como los y las jóvenes universitarias tienen que vender sus espermatozoides o sus óvulos para poder estudiar, y me duele que mientras que otros peleemos a diario por conseguir una vida mejor, otros se empeñen en tacharnos de vagos, maleantes y violentos. 

No sé cómo será mi primer empleo, ni siquiera sé cuando lo voy a conseguir, sólo sé que la formación ha sido mi premisa fundamental y que a pesar de que todo vaya cada vez peor en términos de bienestar social, yo no me cansaré de ir con una mochila cargada de Currículums Vitae para demostrar al mundo que tenemos cualidades, que tenemos actitud y que contamos con las APTITUDES necesarias para poder recibir una oportunidad, al menos, la primera: El primer empleo.

María.

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