domingo, 13 de noviembre de 2011

Carta a los Reyes Magos.





Acabo de despertar de un sueño extraño a la vez que entrañable. Es extraño porque no lo entiendo, no entiendo por qué ahora y aquí, no entiendo por qué precisamente en este momento. Y es entrañable porque aparecía toda la gente a la que adoro en la mejor etapa de mi vida: mi infancia.

Estaba hablando con el chico de mi derecha –un completo Don Juan, sea dicho de paso- cuando de repente fijé mis ojos en aquella pantalla gigante que estaba puesta en plena calle. El lugar me resultaba conocido aunque la gente no tanto.

Sin entenderlo comencé a ver lo más parecido a la película de mi vida entre la multitud. Mi vida se estaba reflejando en aquella pantalla. Me asombré, y reconozco que no pude aguantar la emoción. Aparecían mis padres, mis abuelos, mis primos y tíos, amiguitos del cole… Era todo completamente un sueño, y nunca mejor dicho.

Mi vida pasaba a cámara lenta, y apareció él, tuvo que aparecer él. Apareció sin avisar, aunque yo lo esperaba. Más que esperarlo, sabía que tenía que verle de un momento a otro ya que él también ha formado parte de mi vida y lo sigue haciendo a día de hoy.

Y ahí estaba yo, con mi padre entregando la carta a los Reyes Magos mientras se oía una voz que decía: “No llores, María, son buenos y van a regalarte muchas cosas”.

(3 de enero de 1992)


De él también me acuerdo cuando voy a los mítines del partido. Es una fuerza que me atrapa y me envuelve, y de verdad, se me hace completamente imposible no visualizarle en mi mente y pensar que también él estaría allí “peleando por lo que quiere” como yo. Las personas mayores que  veo por la calle, las que están jugando con sus nietos en los parques, las que les llevan al cole o de paseo, las que van en el metro o en el cercanías… Todas, todas, todas me recuerdan a él. Pero como os decía, dónde mis sentimientos dan más de sí es en los mítines del Partido Socialista. Y es allí donde no puedo contener mi emoción ni siquiera mis lágrimas, porque mi abuelo estuvo peleando por lo que quería hasta los últimos minutos de su vida.

Peleó en el campo de batalla, en la calle contra los de siempre, contra un señor que había acabado con las alegrías de su padre y que lo había agotado psicológicamente, peleó por su pueblo, por Olivenza, por su gente, por sus compañeros, por su familia… Pero al final, no pudo vencer la batalla más difícil de su vida, un cáncer inesperado que acabó con él y con su vida, aunque no con sus ganas de vivir.

Esperaba la muerte de un momento a otro, y mientras tanto yo seguía viviendo mi pequeño cuento de hadas como toda niña de 7 años que está en 2º de primaria. Era un triunfo aprender la tabla del 9, saberme la lección de Conocimiento del Medio y poder leer y comprender un libro, todo eso para mí eran éxitos y triunfos. Para mi abuelo el mayor triunfo de su vida hubiera sido poder contarme años después que había pasado una enfermedad complicada pero que no había podido con él.

¿Sabéis la de veces que he soñado con ese momento? Tan sólo hubiera necesitado un “no te preocupes, esto se ha acabado, pude con él”. Pero nunca nada de esto fue posible. No fue posible despedirme, ni tampoco lo fue que me sintiera entre sus brazos. Se fue… sin decirme adiós, sin despedirse, sin avisar… Y años después me pregunto por qué no me di cuenta antes. Esta es la cruz que llevaré toda mi vida a cuestas. Mi mejor terapia es contaros todo esto tal y como lo sentía, tal y como lo siento. Y sólo os pido algo, demostrar diariamente a la gente que queréis de que ese sentimiento existe. No es tan complicado, somos nosotros quienes lo hacemos más difícil.

Y es que como dice el dicho, tener un amigo es un tesoro, pero tener abuelos es el mayor triunfo de toda una vida.


María.

1 comentario:

Maru dijo...

Me encanto leerte, me sentí muy identificada, besos