lunes, 9 de marzo de 2015

Tiempo.

Cansada de escuchar que todo es una cuestión de tiempo, se introdujo en aquel vagón que no sabía muy bien hacia donde la conduciría. La vida siempre es riesgo, y en aquel momento también decidió desafiar al destino mientras tentaba a la suerte. Durante el viaje se vislumbraban campos verdes sobre los que se reflejaba el sol, haciendo más intenso ese color que a veces parece de cuento. Las noches eran más frías, algo solitarias en ocasiones, y más oscuras, sin duda, más oscuras. 

No sabía muy bien qué decir, ni qué hacer, todo estaba algo oscuro, y era en esa oscuridad donde ella se sentía vulnerable ante el fracaso. Temer al fracaso es algo habitual cuando alguien nos transmite inseguridad. El miedo se apodera de nuestra capacidad de control, de los planes, de los días soleados, de la luz que hacía unos días podías ver y que ahora no encuentras... Todo eso es temer al fracaso. 

Dicen que los días oscuros son pocos en comparación a los momentos con luz, pero por momentos, llego a dudarlo. Esta extraña sensación de perder algo se vuelve a apoderar de la mente, llegando a convencernos de que todo está perdido. Este miedo parece de inevitable captura cuándo un día se tuerce, cuándo parece que todo sale mal, cuándo nos repetimos una y otra vez, por qué de nuevo a nosotros... Y nos preguntamos ¿qué estoy haciendo mal? Quizás no sea tu culpa amiga, y quizás no sea tu problema, pero realmente, si estás aprendiendo a querer a alguien, sus miedos acaban por ser también tuyos. 

Quiénes me conocéis sabéis que para mí, hablar de trenes es como hablar de oportunidades. 
Ella ese día se subió a ese tren, algo le decía que tenía que aprovechar ese instante, ese preciso instante, para darse una oportunidad a sí misma. Se la merecía, ¿y por qué no arriesgar? Cuando se arriesga, unas veces se gana y otras no. ¿Habrá ganado? De momento el viaje no ha concluido, aunque el miedo, esa extraña sensación que no se ve, pero que se siente, continua presente.

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