viernes, 27 de marzo de 2015

Quiérete, valórate y déjate querer. En ese orden.

Tendida en la cama observaba cada detalle de su habitación. La cabeza le daba vueltas al recordar una y otra vez aquella conversación que pensaba que había sido la definitiva. 

Aquella mañana había sentido la extraña sensación de tenerle muy cerca pero a la vez lo suficientemente lejos como para no volver a verle. No era él quien decidía en ese momento, sino ella, guiada por cada recuerdo, quien pausada, le explicaba con la voz entrecortada que no podía ser su amiga porque realmente algo le quería.




"No puedo ser tu amiga, le dijo ella." Mientras, él asentía, sin entender muy bien qué había sucedido.
La conversación dio un giro, sin reproches y con calma, ella le aseguraba que no era cuestión de palabras, sino de sensaciones. Y realmente, era esa sensación eterna de esperar algo que no acababa de llegar, lo que la tenía angustiada, nerviosa e inquieta.

Se había acostumbrado a escucharle, a leerle, a sentirle cerca. Incluso, por momentos se había hecho a aquella situación de incertidumbre que le deparaba cada día, sin saber qué sucedería al día siguiente. Los instantes que pasaban juntos se habían convertido en un tiempo infinito, y los que no pasaban juntos, tan sólo en un mal recuerdo del que ella quería deshacerse.

Quizás pueda sonar exagerado el hecho de recordar con tanta intensidad a alguien que conocía desde hacía tan poco tiempo. Pero no fue el tiempo lo que la hizo volver a pensar si había hecho lo correcto, sino esa extraña sensación que nos invade cuando sentimos que perdemos algo que ni siquiera hemos llegado a tener del todo.

La vida, como en los cuentos, siempre acaba por sorprenderlos. Ella miraba el reloj, a la espera de un mensaje, una llamada o un simple hola. Llegó a pensar que no volvería a escucharle, a la vez que se sentía segura de sí misma por haber llegado a comprender que antes de querer a los demás, es imprescindible saber quererse a sí mismos.




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