Cansada de esperar ante las agujas de un
reloj que parecía haber parado el tiempo, se dispuso a cerrar la maleta.
Ni siquiera el tiempo había conseguido
calmar aquella tormenta de sensaciones que la embaucaba. Qué complicadas son
las personas, pensaba. Y si se trata de hombres... si se trata de hombres no es
posible ni siquiera hablar de complicaciones sino de manual de
instrucciones.
Ella se había comprometido consigo misma a
que la "próxima vez" sería capaz de afrontar cada reto, saltar cada
barrera y derribar cada muro. Y realmente, se sentía frustrada ante la extraña
incapacidad de no poder lograr del todo ninguna de las tres cosas.
Frustrada quizás por la impotencia de
saber que no era por ella por lo que "aquello" no funcionaba, sino
por la necesidad de otros de buscar motivos para que nunca acabase la partida
de ajedrez, se disponía a abandonar aquella historia que se había convertido en
un puzle en el que las piezas no encajaban.
Hasta el momento no se había atrevido a
hacerlo, pero ese día, en ese instante, se sentía capaz de poder decidir sobre
el futuro incierto que se disponía a tocarle a la puerta.
Harta de las puertas entreabiertas, de las
historias abiertas, de la cobardía enmascarada, y de otras tantas millones de
excusas, se prometió a sí misma que a partir de ese instante sólo sería apta
para valientes.
No volvería a entregarse a una historia en
la que el otro protagonista no le dijese claramente: “mi apuesta eres tú”.
Pensó las cientos de veces que por
momentos le hubiera gustado ser de otra manera, a la vez que con paso decidido,
acababa por entender, que de nuevo, la vida le estaba dando una nueva
oportunidad para conocerse a sí misma. Una nueva oportunidad en la que podría
aprender otra novedosa lección, que como la de todo cuento, acaba marcando y
enseñándonos algo nuevo.
Y entre tanta promesa incumplida, quería
prometerse a ella misma algo realmente importante: la necesidad de no volver a
fallarse jamás, porque si algo duele aparte de que te fallen los demás, es
haberse fallado a una misma en repetidas ocasiones.
Moraleja: No entregues todo a alguien que
no te demuestre claramente que su apuesta eres tú.
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